lunes, 30 de abril de 2007

CELIBÉ SE PRESENTA .... ¿PARA?


Delirios místicos
Desde el goce hasta la crucifixión
Desde la llaga hasta los huesos de la rodilla
Todo desde la cruz
Celibé

sábado, 28 de abril de 2007

ANÓNIMOS...



(POR DEBAJO DE LA PUERTA)

I

LA VEO DORMIR POR LAS NOCHES…DESNUDA…
DE SU BOCA ABIERTA PEQUEÑAS ANTENAS
ASOMAN SIGILOSAS…







II

¿NO TEME QUE SU GATO AL OLISQUEAR SU ALIENTO
LE BEBA
EL ALMA?...













III

LA PREVENGO:
NO SE QUE ES LA COSA QUE SALE DE SU ESPEJO
(Y SE ARRASTRA…)








IV

PERCIBE LA SOMBRA QUE ACOMPAÑA SUS PASOS
CUANDO SACA LA BASURA
Y MIRA POR DETRÁS DE LOS HOMBROS?













LILIÁN CÁMERA?



domingo, 22 de abril de 2007

MADRE HAY UNA SOLA...



CARTA DE CHARLES BAUDELAIRE A SU MADRE
6 de mayo de 1861

Mi querida madre, si posees realmente un alma maternal y si todavía no estás
harta, ven a París, ven a verme, e incluso ven por mí. Yo, por mil razones
terribles, no puedo ir a Honfleur en busca de lo que tanto desearía, un poco de
ánimo y unas caricias. A fines de marzo te escribía: ¿Volveremos a vernos algún
día? Me encontraba en una de esas crisis en que uno contempla la terrible
verdad. No sé lo que daría por pasar unos días a tu lado, tú, el único ser de
quien pende mi vida, ocho días, tres días, unas horas.
No lees mis cartas con atención; tú crees que miento, o al menos que exagero,
cuando hablo de mis desesperaciones, de mi salud, de mi horror a la vida. Te
digo que querría verte y que no puedo correr a Honfleur. Tus cartas contienen
numerosos errores e ideas equivocadas que la conversación podría rectificar y
que volúmenes de escritura no bastarían para destruir.
Cada vez que tomo la pluma para exponerte mi situación, tengo miedo de matarte,
de destruir tu débil cuerpo. Y yo estoy sin cesar, sin que tú lo sepas, al borde
del suicidio. Yo creo que tú me quieres apasionadamente; ¡está tan ciego tu
entendimiento, pero tienes tanta grandeza de carácter! Yo, de niño, te he
querido apasionadamente; más tarde, obligado por tus injusticias te he faltado
al respeto, como si una injusticia materna pudiese autorizar una falta de
respeto filial; y con frecuencia me he arrepentido, aunque, según mi costumbre,
nada haya dicho. Ya no soy aquel niño ingrato y violento. Largas meditaciones
sobre mi destino y sobre tu carácter me han ayudado a comprender todas mis
faltas y toda tu generosidad. Pero, en resumidas cuentas, el mal ya está hecho,
hecho por tus imprudencias y por mis faltas.
Es evidente que estamos destinados a queremos, a vivir el uno para el otro, a
acabar nuestra vida lo más decorosa y lo más tranquilamente que sea posible. Y
no obstante, en las circunstancias terribles en que me encuentro, estoy
convencido de que uno de nosotros matará al otro y de que terminaremos por
matarnos mutuamente. Después de mi muerte, tú no podrás seguir viviendo, eso
está claro. Yo soy el único motivo que te hace vivir. Después de tu muerte,
sobre todo si murieses a consecuencia de un choque causado por mí, me mataría,
eso es indudable. Tu muerte, de la que hablas a menudo con demasiada
resignación, no modificaría en nada mi situación; el tutor seguiría (¿por qué no
iba a seguir?), todo se quedaría sin pagar, y yo tendría, además de la pena, la
horrible sensación de un aislamiento absoluto. Matarme yo, es absurdo ¿no es
cierto? «Entonces, piensas dejar a tu anciana madre completamente sola», dirás.
A fe mía que si no tengo estrictamente derecho, creo que la cantidad de pesares
que he soportado casi treinta años me haría digno de disculpa: « i Y Dios! »
dirás. Deseo de todo corazón (¡y nadie mejor que yo puede saber con qué
sinceridad!) creer que un ser exterior e invisible se interesa por mi destino;
pero ¿qué hacer para creerlo?
(La idea de Dios me hace pensar en ese maldito cura. En medio de la penosa
impresión que va a causarte mi carta, no quiero que le consultes. Ese cura es mi
enemigo, tal vez por pura estupidez.)
Volviendo al suicidio, que no es una idea fija pero que reaparece en épocas
periódicas, hay algo que debe tranquilizarte. No puedo matarme sin dejar en
orden todas mis cosas. Todos los papeles que tengo en Honfleur están en una
enorme confusión. Por lo tanto, tendría que trabajar duro en Honfleur, y una vez
allí ya no podría irme de tu lado. Pues debes suponer que de ninguna manera iba
a querer mancillar tu casa con una acción tan detestable. Además tú te volverías
loca. Y ¿por qué el suicidio? ¿Es a causa de las deudas? Sí, y sin embargo, las
deudas se pueden superar. Es, sobre todo, a causa de un cansancio espantoso
resultado de una situación insostenible, demasiado prolongada. Cada minuto me
demuestra que he perdido las ganas de vivir. Una gran imprudencia cometiste tú
en mi juventud. Tu imprudencia y mis viejas faltas pesan sobre mí envolviéndome.
Mi situación es atroz. Hay gente que me saluda, hay gente que me busca. Quizá la
haya que me envidie. Mi situación literaria es mejor que buena. Podría hacer lo
que quisiera. Me publicarán todo. Como tengo una clase de talento impopular,
ganaré poco dinero, pero dejaré tras de mí una gran fama, lo sé, —siempre que
tenga el valor de vivir. Pero mi salud espiritual, —detestable; tal vez perdida.
Todavía tengo proyectos: Mi corazón al desnudo, novelas, dos dramas, de los
cuales uno para el Teatro Francés ¿los haré algún día? Ya no lo creo. Mi
situación en relación con la honorabilidad, espantosa, —eso es lo peor. Ni un
momento de reposo, insultos, ultrajes, afrentas como no puedes hacerte idea y
que corrompen la imaginación, la paralizan. Gano un poco de dinero, es verdad;
si no tuviese deudas, y si ya no me quedase patrimonio alguno, SERIA RICO,
fíjate en lo que te digo; podría darte dinero, podría sin peligro ejercer mi
caridad con Jeanne. Volveremos a hablar luego de ella. Eres tú quien ha
provocado estas explicaciones. Todo ese dinero se va en una existencia manirrota
y malsana (pues vivo muy mal) y en el pago, o más bien en la amortización
insuficiente, de antiguas deudas, en gastos de tribunales, en papel timbrado,
etc...
Enseguida pasaré a las cosas reales, es decir actuales; pues, en verdad,
necesito que alguien me salve y sólo tú puedes hacerlo. Quiero hoy decirlo todo.
Estoy solo, sin amigos, sin amante, sin perro y sin gato ¿a quién contarle mis
penas? No tengo más que el retrato de mi padre, siempre mudo.

Me encuentro en el mismo terrible estado de ánimo que experimenté en el otoño de
1844. Una resignación peor que la indignación.
Pero mi salud física, que necesito para ti, para mí, para mis obligaciones ¡esa
sigue siendo la cuestión! Tengo que hablarte de ella por más que tú le prestes
tan poca atención. No hablaré de esas afecciones nerviosas que me destruyen día
a día y que anulan el ánimo, vómitos, insomnios, pesadillas, desmayos. Con
demasiada frecuencia te he hablado de ellas. Pero es inútil usar de pudor
contigo. Ya sabes que siendo muy joven tuve una afección virulenta, que más
tarde creí totalmente curada. En Dijon, después de 1848, tuve un rebrote. De
nuevo se pudo paliar. Ahora vuelve en forma distinta, de manchas en la piel y de
una extraordinaria fatiga en todas las articulaciones. Puedes creerme, sé de lo
que hablo. Puede ser que dentro de la tristeza en que estoy sumido, el terror me
haga creer mayor el mal. Pero necesito un régimen severo, y no es con la vida
que llevo como podré librarme de aquello.
Hubo en mi infancia una época de un cariño apasionado hacia ti; escucha y lee
sin temor. Nunca te habré dicho tanto. Recuerdo un paseo en simón; acababas de
salir de un sanatorio en donde habías estado recluida, y me enseñaste, para
demostrarme que habías pensado en tu hijo, unos dibujos a pluma que habías hecho
para mí. No dirás que no tengo una memoria tremenda. Más tarde, la plaza de
Saint-André-des-Arts y Neuilly. ¡Largos paseos y mimos continuos! Recuerdo
aquellos muelles tan tristes en el atardecer. ¡Ah!
Para mí fue la época feliz de las caricias maternales. Perdóname si llamo época
feliz la que sin duda para ti fue tan mala. Pero estaba siempre presente en ti;
tú eras únicamente mía. Eras a la vez un ídolo y un compañero. Quizá te
sorprenda que pueda hablar con tal pasión de un tiempo tan lejano. Yo mismo
estoy sorprendido. Tal vez porque una vez más he acariciado el deseo de morir,
cosas tan alejadas se recorten tan nítidamente en mi espíritu.
Más tarde, sabes qué atroz educación quiso tu marido que se me diera; tengo
cuarenta años y no puedo pensar sin dolor en los colegios, lo mismo que en el
temor que me inspiraba mi padrastro. No obstante le quise y hoy, por lo demás,
tengo la suficiente sensatez como para hacerle justicia. Pero es verdad que fue
poco hábil hasta la obstinación. No quiero insistir, porque veo lágrimas en tus
ojos.
Finalmente, pude hacer mi vida y desde ese momento se me dejó caer del todo.
Sólo me atraía el placer, una excitación permanente; los viajes, los muebles
preciosos, los cuadros, las mujeres, etc. Hoy recibo cruelmente el castigo por
ello. En cuanto al tutor judicial, sólo una palabra: hoy sé del inmenso valor
del dinero, y comprendo la trascendencia de todo lo que se relaciona con él;
concibo que hayas podido creer que lo hacías con acierto, que trabajabas por mi
bien; pero con todo una pregunta, una pregunta que siempre me ha obsesionado.
¿Cómo es que jamás no te planteaste en tu fuero interno la siguiente idea: «Es
posible que mi hijo no llegue a tener nunca el sentido de lo que es comportarse
en el "sino grado que yo; pero también puede ocurrir que llegue a ser un hombre
notable en otros aspectos. En ese caso ¿qué haré yo? ¿Lo condenaré a una doble
existencia contradictoria; por una parte a una existencia digna de respeto,
odiosa y despreciada, por otra? ¿Lo condenaré a tener que llevar hasta la vejez
una marca lamentable, una marca perjudicial, un motivo de impotencia y
tristeza?». Es evidente que si no hubiera habido tutor, todo se lo habría
llevado la trampa, no habría habido más remedio que tomarle el gusto al trabajo.
Ha habido tutor, todo se lo ha llevado la trampa y soy viejo y me siento
desgraciado.
Rejuvenecer ¿es posible? En eso radica la cuestión. Toda esta vuelta hacia el
pasado no tenía otra finalidad que mostrar que puedo hacer valer ciertas
disculpas, cuando no una completa justificación. Si notas algún reproche en lo
que escribo, que sepas bien al menos que lo anterior en nada altera mi
admiración por tu gran corazón, mi agradecimiento por tu abnegación. Siempre te
has sacrificado. Lo tuyo es sólo el sacrificio. Menos razón que caridad. Yo te
pido más, te pido, a la vez, consejo, apoyo, que nos entendamos completamente
bien tú y yo, para salir de esto. Te suplico que vengas, que vengas, tengo los
nervios al final de mis fuerzas, estoy a punto de que me falle el valor, a punto
de perder la esperanza. Veo una continuidad en el horror. Veo mi vida literaria
obstaculizada para" siempre. Veo una catástrofe. Por ocho días, podrías sin duda
pedir hospitalidad a algún amigo, a Ancelle, por ejemplo. No sé lo que daría por
verte, por abrazarte. Presiento una catástrofe y ahora no puedo irme contigo.
París me es dañino. Ya por dos veces he cometido una imprudencia grave que tú
calificarás más severamente; voy a acabar por perder la cabeza.
Te pido la felicidad tuya y te pido la mía, mientras todavía seamos capaces de
conocerla.
Me has permitido que te confiase un proyecto, es el siguiente: Pido un término
medio. Enajenación de una fuerte suma limitada a diez mil, por ejemplo, dos mil
para liberarme ya; dos mil en poder tuyo para hacer frente a necesidades
imprevistas o previstas, gastos en vivir, en ropa, etc., durante un año (Jeanne
estará en una casa donde se le pagará lo estrictamente necesario). Por otra
parte, luego te hablaré de ella. Una vez más eres tú la que lo ha provocado. Por
último seis mil en poder de Ancelle o de Marin, y que se irán gastando poco a
poco, sucesivamente, prudentemente, de manera que se puedan pagar tal vez más de
diez mil y se evite toda conmoción y todo escándalo en Honfleur.
Ya tenemos un año de tranquilidad. Por mi parte sería un tonto de remate y un
pillo redomado si no lo aprovechase en renovar fuerzas. Todo el dinero ganado
durante ese tiempo (diez mil, a lo mejor sólo cinco mil) se depositará en tus
manos. No te ocultaré el menor asunto, la menor ganancia. En lugar de tapar
huecos, el dinero se seguirá aplicando a las deudas y así sucesivamente en los
años venideros. De este modo, tal vez pueda, gracias al rejuvenecimiento operado
ante tus ojos, pagarlo todo, sin que mi capital disminuyese en más de diez mil
sin contar, es verdad, los cuatro mil seiscientos de los años anteriores. Y así
se salvará la casa, que es una de las consideraciones que tengo siempre
presente.
Si adoptases este proyecto de beatitud, me gustaría haberme mudado ahí de nuevo
a fines de mes, quizás ahora mismo. Te autorizo a que vengas por mí. Sin duda
comprendes que hay una multitud de detalles que no incluye una carta. En una
palabra, quisiera que no se pagase ninguna suma hasta que tú no dieses tu
consentimiento, hasta no haberlo debatido a fondo entre tú y yo, en una palabra,
que tú te convirtieses en mi verdadero tutor. ¿Es posible que llegue uno a verse
obligado a asociar una idea tan horrorosa a otra tan dulce como la de una madre?

En este caso, desgraciadamente, habrá que decirle adiós a las pequeñas sumas, a
las pequeñas ganancias, cien por aquí, doscientos por allá, que supone la rutina
de la vida parisiense. Entonces sería el turno de las grandes especulaciones, de
los grandes libros, cuyo pago se haría esperar más tiempo. No consultes más que
contigo misma, con tu conciencia y con tu Dios, ya que tienes la suerte de
creer. No hagas partícipe de tus pensamientos a Ancelle a no ser con reservas.
Es una buena persona; pero tiene la mente estrecha. No puede creer que un mal
sujeto por voluntad propia, que ha tenido que llamar al orden, sea un hombre
importante. Me dejará reventar por cabezonería. En vez de pensar únicamente en
el dinero, piensa un poco en la gloria, en el descanso y en mi vida.
En este caso, digo, no iría a pasar temporadas de quince días y de uno o dos
meses. Sería una estancia permanente exceptuados los casos en que vendríamos
juntos a París.
El trabajo de las pruebas de imprenta puede hacerse por correo.
Otra idea tuya equivocada que debes rectificar y que reaparece una y otra vez en
tu pluma. No me aburro nunca en soledad, no me aburro nunca a tu lado. Lo único
es que sé que lo pasaré mal a causa de tus amigos, pero lo acepto.
Alguna vez se me ha pasado por el pensamiento convocar un consejo de familia o
presentarme ante un tribunal. Bien sabes que tendría cosas muy sabrosas que
decir, aunque sólo fuera esto: He producido ocho volúmenes en condiciones
horribles. Puedo ganarme la vida. ¡Se me está asesinando con deudas de juventud!
No lo he hecho por respeto a ti, por consideración hacia tu horrible
sensibilidad. Dígnate agradecérmelo. Te lo repito; me he obligado a no recurrir
a nadie más que a ti.
A partir del año próximo, dedicaré a Jeanne la renta del capital restante y ella
se irá a algún sitio en que no esté en una soledad absoluta. Esto es lo que le
ha sucedido: su hermano la metió en un hospital para quitársela de encima y
cuando ha salido ha descubierto que le había vendido una parte de su mobiliario
y de su ropa. Desde hace cuatro meses, desde mi huida de Neuilly, le he dado
siete francos.
Te lo suplico, paz, dame paz, dame el trabajo y un poco de ternura.
Es evidente que entre mis cosas actuales hay algunas horriblemente urgentes;
así, he cometido de nuevo la falta, en medio de esos tejemanejes inevitables de
los bancos, de apropiarme para mis deudas personales de varias centenas de
francos que no me pertenecían. Me he visto absolutamente obligado a ello; ni que
decir tiene que esperaba reparar el mal inmediatamente. Una persona, en Londres,
me niega los cuatrocientos francos que me debe. Otra, que había de remitinne
trescientos, está de viaje. Siempre lo imprevisible. - Hoy he tenido el terrible
valor de escribir a la persona concernida confesándole mi falta. ¿Cuál va a ser
la reacción? No tengo idea. Pero he querido quitarme un peso de la conciencia.
Confío en que, por consideración a mi nombre y a mi talento, no se armará un
escándalo y se querrá esperar.
Adiós. Estoy extenuado. Entrando en detalles de salud, no he dormido ni comido
desde hace casi tres días; tengo un nudo en la garganta, - y hay que trabajar.
No, no te diré adiós, pues espero verte.
Por lo que más quieras léeme con mucha atención y trata de comprender.
Sé que esta carta te afectará dolorosamente, pero en ella hallarás a buen seguro
un tono de dulzura, de ternura e incluso de esperanza que muy rara vez has oído.
Y te quiero.

Charles

LA PERFECCIÓN NO PUEDE TENER HIJOS


PRIMERA VOZ


¿Quién nos lanza esas criaturas
inocentes?
Mira, ellas están extenuadas, todas
flácidas
En su cuna de tela, con su nombre anudado
en la muñeca.
Esta medallita de plata que ellas
vinieron a buscar de tan lejos.
Algunas tienen los cabellos negros y densos,
otras están calvas.
El color de su piel es rosa, pálido,
moreno o rojo.
Ellas comienzan a recordar sus
diferencias.
Parecen hechas de agua: no tienen
expresión.


Sus facciones duermen, como la luz
en el agua quieta.
Son verdaderos frailes
y monjas con hábitos idénticos.
Las veo como cuerpos celestes que
llueven sobre la tierra.
Estas pequeñas maravillas,
estos ídolos puros
llueve. En la India, en el Africa, las Américas.
Huelen a leche.
Sus talones no fueron tocados
caminan en el aire.
¿Cómo puede ser tan pródiga la nada?
Ese es mi hijo.
Su ojo desorbitado es por esta vaga,
terrible banalidad.
Se vuelve hacia mí como una plantita,
ciega y alegre.
Un grito. Es el tejido del que
Cuelgo.
Me vuelvo un río de leche.
Soy una montaña caliente.

Sylvia Plath
Tres Mujeres

miércoles, 18 de abril de 2007

TABAQUERÍA






No soy nada.
Nunca seré nada.
No puedo querer ser nada.
A parte de eso, tengo en mí todos los sueños del mundo.
Ventanas de mi cuarto,
De mi cuarto de uno de los millones en el mundo que nadie sabe
quién es
(Y si supiesen, ¿qué sabrían?),
Dais al misterio de una calle cruzada constantemente por gente,
A una calle inaccesible a todos los pensamientos,
Real, imposiblemente real, cierta, desconocidamente cierta,
Con el misterio de las cosas bajo las piedras y los seres,
Con la muerte que mancha de humedad las paredes y hace
blancos los cabellos de los hombres,
Con el Destino que conduce la carroza de todo por el camino de
nada.
Estoy hoy vencido, como si supiese la verdad.
Estoy hoy lúcido, como si estuviese por morir,
Y no tuviese más hermandad con las cosas
Que la de una despedida, tornándose esta casa a este lado de la
calle
La hilera de vagones de un tren, y el silbido de una partida
Dentro de mi cabeza,
Y una sacudida de mis nervios y un chirriar de huesos al arrancar.
Estoy hoy perplejo, como quien pensó y halló y olvidó.
Estoy hoy dividido entre la lealtad que debo
A la Tabaquería del otro lado de la calle, como cosa real por fuera,
Y a la sensación de que todo es sueño, como cosa real por dentro.
Fallé en todo.
Como no hice ningún propósito, tal vez todo fuese nada.
El aprendizaje que me dieron,
Descendí por la ventana trasera de la casa.
Fui al campo con grandes propósitos.
Pero allí sólo encontré yerbas y árboles,
Y cuando había gente era igual a la otra.
Me retiro de la ventana y me siento en una silla. ¿En qué he de
pensar?
¿Qué sé yo lo que seré, yo, que no sé lo que soy?
¿Ser lo que pienso? ¡Pienso ser tanta cosa!
¡Y hay tantos que piensan ser la misma cosa que no puede haber
tantos!
¿Genio? En este momento
Cien mil cerebros se piensan en sueños genios como yo,
Y la historia no señalará, ¿quién sabe? ni a uno,
No habrá sino un muladar para tantas futuras conquistas.
No, no creo en mí.
¡En todos los manicomios hay tantos locos deschavetados con
tantas certezas!
Yo, que no tengo ninguna certeza, ¿soy más cierto o menos cierto?
No, ni en mí...
¿En cuántas buhardillas y no buhardillas del mundo
No están en esta hora genios-para-sí-mismos soñando?
¿Cuántas aspiraciones altas y nobles y lúcidas—
Sí, verdaderamente altas y nobles y lúcidas—,
Y quién sabe si realizables,
¿Nunca verán la luz del sol real ni hallaran oídos de nadie?
El mundo es de quien nace para conquistarlo
Y no para quien sueña que puede conquistarlo, aunque tenga
razón.
He soñado más que Napoleón.
He abrazado contra el pecho hipotético más humanidades que
Cristo.
Hice filosofías en secreto que ningún Kant escribió.
Pero soy, y tal vez seré siempre, el de la buhardilla,
Aunque no viva en ella;
Seré siempre el que no nació para esto,
Seré siempre sólo el que tenía cualidades;
Seré siempre el que esperó que le abriesen la puerta al pie
de una pared sin puerta,
Y cantó la cantiga del Infinito en un gallinero,
Y escuchó la voz de Dios en un pozo cegado.
¿Creer en mí? No, ni en nada.
Que me derrame la Naturaleza sobre la cabeza ardiente
Su sol, su lluvia, el viento que me despeina,
Y lo demás que venga si viene o que tenga que venir, o que no
venga.
Esclavos cardíacos de las estrellas,
Conquistamos todo el mundo antes de levantarnos de la cama;
Pero nos despertamos y él es opaco,
Nos levantamos y es ajeno,
Salimos de casa y es la tierra entera,
Más el sistema solar y la Vía Láctea y lo Indefinido.
(Come chocolates, niña;
¡Come chocolates!
Mira que no hay más metafísica en el mundo que la de los
chocolates.
Mira que todas las religiones no enseñan más que la confitería.
¡Come, niña sucia, come!
¡Si pudiera yo comer chocolates con la misma verdad con que tú
los comes!
Pero yo pienso y, al quitarles el papel plateado, que es de estaño,
Arrojo todo al suelo, como tiré la vida.)
Pero queda al menos de la amargura de lo que nunca seré
La caligrafía rápida de estos versos,
Pórtico hendido hacia lo Imposible.
Pero al menos dedico a mí mismo un desprecio sin lágrimas,
Noble al menos por el gesto amplio con que arrojo
La ropa sucia que soy, sin motivo, para el decurso de las cosas,
Y me quedo en casa sin camisa.
(Tú que consuelas, que no existes y por eso consuelas,
O diosa griega, concebida como estatua con vida,
O patricia romana, imposiblemente noble y nefasta,
O princesa de trovadores, gentilísima y colorida,
O marquesa del siglo dieciocho, escotada y distante,
O cocotte célebre del tiempo de nuestros padres,
O no sé qué moderno —no concibo bien qué—,
Todo eso, sea lo que fuera, lo que sea, si puede inspirar ¡qué
inspire!
Mi corazón es un balde vacío.
Como invocan espíritus los que invocan espíritus me invoco
Me invoco a mí mismo y nada encuentro.
Me acerco a la ventana y veo la calle con una nitidez absoluta.
Veo las tiendas, veo las aceras, veo los coches que pasan.
Veo los entes vivos vestidos que se cruzan,
Veo los perros que también existen,
Y todo esto me pesa como un condena al destierro,
Y todo esto es extranjero, como todo.)
Viví, estudié, amé y hasta creí,
Y hoy no hay mendigo al que no envidie sólo por no ser yo.
En cada uno miro los andrajos y las llagas y la mentira,
Y pienso: tal vez nunca hayas vivido ni estudiado ni amado ni
creído
(Porque es posible hacer la realidad de todo eso sin hacer
nada de eso);
Tal vez hayas existido apenas, como un lagarto a quien cortan
la cola
Y que es cola más acá del lagarto que se retuerce.
Hice de mí lo que no supe,
Y lo que pude hacer de mí no lo hice.
Vestí un disfraz equivocado.
Me tomaron enseguida por quien no era, y no lo desmentí, y me
perdí.
Cuando quise arrancarme la máscara,
Estaba pegada a la cara.
Cuando la arrojé y me vi en el espejo,
Ya había envejecido.
Estaba borracho, y no sabía vestir el disfraz que no me había
quitado.
Arrojé la mascara y dormí en el vestidor
Como un perro tolerado por la gerencia
Por ser inofensivo
Y voy a escribir esta historia para probar que soy sublime.
Esencia musical de mis versos inútiles,
quién pudiera encontrarte como cosas que yo hice,
Y no quedarme siempre enfrente de la Tabaquería de enfrente,
Pisoteando la conciencia de estar existiendo,
Como un tapete con el que tropieza un borracho
O la esterilla que los gitanos roban y no vale nada.
Pero el Dueño de la Tabaquería se asomó a la puerta y se quedó
en ella.
Lo miro con la incomodidad de la cabeza torcida
Y con la incomodidad de una alma que mal entiende.
Él morirá y yo moriré.
Él dejará el letrero, yo dejaré versos.
Y un día morirá el letrero y también mis versos.
Después morirá la calle donde estuvo el letrero,
Y la lengua en que fueron escritos los versos.
Morirá después el planeta girante en que todo esto sucedió.
En otros satélites de otros sistemas cualquier cosa como nosotros
Continuará haciendo cosas como versos y viviendo debajo de las
cosas como letreros,
Siempre una cosa frente a otra,
Siempre una cosa tan inútil como la otra.
Siempre lo imposible tan estúpido como lo real,
Siempre el misterio del fondo tan cierto como el sueño del
misterio de la superficie,
Siempre ésta o aquella cosa o ni una ni la otra cosa.
Pero un hombre entró en la Tabaquería (¿a comprar tabaco?),
Y la realidad plausible cae de repente sobre mí.
Me incorporo a medias enérgico, convencido, humano,
Y voy a intentar escribir estos versos en los que digo lo contrario.
Enciendo un cigarro al pensar en escribirlos
Y saboreo en el cigarro la liberación de todos los pensamientos.
Sigo el humo como mi camino,
Y gozo, en un momento sensitivo y adecuado,
La liberación de todas las especulaciones
Y la conciencia de que la metafísica es la consecuencia de una
indisposición.
Después me reclino en la silla
Y sigo fumando.
Seguiré fumando hasta que el Destino me lo permita.
(Si me casase con la hija de mi lavandera
Tal vez sería feliz.)
Visto esto, me levanto de la silla. Me acerco a la ventana.
El hombre salió de la Tabaquería (¿guarda el cambio en el bolsillo
del pantalón?).
Ah, lo conozco: es Esteves sin metafísica.
(El Dueño de la Tabaquería llegó a la puerta.)
Como por un instinto divino, Esteves se volvió y me vio.
Hizo una señal de adiós, le grité ¡Adiós, Esteves!, y el universo
Se reconstruye en mí sin ideal ni esperanza, y el Dueño de la
Tabaquería sonrió.

Fernando Pessoa

Versión de Miguel Ángel Flores

EL HADA OSCURA Y EL HIJO




Casa de cuervos


porque te alimenté con esta realidad
mal cocida
por tantas y tan pobres flores del mal
por este absurdo vuelo a ras de pantano
ego te absolvo de mí
laberinto hijo mío

no es tuya la culpa
ni mía
pobre pequeño mío
del que hice este impecable retrato
forzando la oscuridad del día
párpados de miel
y la mejilla constelada
cerrada a cualquier roce
y la hermosísima distancia
de tu cuerpo
tu náusea es mía
la heredaste como heredan los peces
la asfixia
y el color de tus ojos
es también el color de mi ceguera
bajo el que sombras tejen
sombras y tentaciones
y es mía también la huella
de tu talón estrecho
de arcángel
apenas pasado en la entreabierta ventana
y nuestra
para siempre
la música extranjera
de los cielos batientes
ahora leoncillo
encarnación de mi amor
juegas con mis huesos
y te ocultas entre tu belleza
ciego sordo irredento
casi saciado y libre
con tu sangre que ya no deja lugar
para nada ni nadie

aquí me tienes como siempre
dispuesta a la sorpresa
de tus pasos
a todas las primaveras que inventas
y destruyes
a tenderme nada infinita
sobre el mundo
hierba ceniza peste fuego
a lo que quieras por una mirada tuya
que ilumine mis restos
porque así es este amor
que nada comprende
y nada puede
bebes el filtro y te duermes
en ese abismo lleno de ti
música que no ves
colores dichos
largamente explicados al silencio
mezclados como se mezclan los sueños
hasta ese torpe gris
que es despertar
en la gran palma de dios
calva vacía sin extremos
y allí te encuentras
sola y perdida en tu alma
sin más obstáculo que tu cuerpo
sin más puerta que tu cuerpo
así este amor
uno solo y el mismo
con tantos nombres
que a ninguno responde
y tú mirándome
como si no me conocieras
marchándote
como se va la luz del mundo
sin promesas
y otra vez este prado
este prado de negro fuego abandonado
otra vez esta casa vacía
que es mi cuerpo
a donde no has de volver



BLANCA VARELA





Reseña biográfica

Poeta peruana nacida en Lima en 1926.
Muy joven ingresó a la Universidad de San Marcos para estudiar Letras y Educación trabando amistad con importantes intelectuales de la época. En 1949 se radicó en Paris donde conoció a Octavio Paz quien fue determinante en su carrera literaria, conectándola además al círculo de intelectuales latinoamericanos y españoles radicados en Francia.
Posteriormente vivió en Florencia y Washington donde se dedicó a hacer traducciones y eventuales trabajos periodísticos.
En 1959 publicó su primer libro, «Ese puerto existe», en 1963 «Luz de día» y en 1971 «Valses y otras confesiones». Más tarde, en 1978, realizó la primera recopilación fundamental de su escritura en «Canto villano». Finalmente apareció su antología de 1949 a 1998 con el título «Como Dios en la nada».
Obtuvo el Premio Octavio Paz de Poesía y Ensayo en el año 2001 y fue la primera mujer en obtener el Premio Ciudad de Granada Federico García Lorca en 2006.
Actualmente reside en Lima.

lunes, 16 de abril de 2007

domingo, 15 de abril de 2007

TODO SOBRE MI MADRE











El buen sentido





Hay, madre, un sitio en el mundo, que se llama París. Un sitio muy grande y lejano y otra vez grande.
Mi madre me ajusta el cuello del abrigo, no porque empieza a nevar, sino para que empiece a nevar.
La mujer de mi padre está enamorada de mí, viniendo y avanzando de espaldas a mi nacimiento y de pecho a mi muerte. Que soy dos veces suyo: por el adiós y por el regreso. La cierro, al retornar. Por eso me dieran tánto sus ojos, justa de mí, in fraganti de mí, aconteciéndose por obras terminadas, por pactos consumados.
Mi madre está confesa de mí, nombrada de mí. ¿Cómo no da otro tanto a mis otros hermanos? A Víctor, por ejemplo, el mayor, que es tan viejo ya, que las gentes dicen: ¡Parece hermano menor de su madre! ¡Fuere porque yo he viajado mucho! ¡Fuere porque yo he vivido más!
Mi madre acuerda carta de principio colorante a mis relatos de regreso. Ante mi vida de regreso, recordando que viajé durante dos corazones por su vientre, se ruboriza y se queda mortalmente lívida, cuando digo, en el tratado del alma: Aquella noche fui dichoso. Pero, más se pone triste; más se pusiera triste.
—Hijo, ¡cómo estás viejo!
Y desfila por el color amarillo a llorar, porque me halla envejecido, en la hoja de espada, en la desembocadura de mi rostro. Llora de mí, se entristece de mí. ¿Qué falta hará mi mocedad, si siempre seré su hijo? ¿Por qué las madres se duelen de hallar envejecidos a sus hijos, si jamás la edad de ellos alcanzará a la de ellas? ¿Y por qué, si los hijos, cuanto más se acaban, más se aproximan a los padres? ¡Mi madre llora porque estoy viejo de mi tiempo y porque nunca llegaré a envejecer del suyo!
Mi adiós partió de un punto de su ser, más externo que el punto de su ser al que retorno. Soy, a causa del excesivo plazo de mi vuelta, más el hombre ante mi madre que el hijo ante mi madre. Allí reside el candor que hoy nos alumbra con tres llamas. Le digo entonces hasta que me callo:
—Hay, madre, en el mundo un sitio que se llama París. Un sitio muy grande y muy lejano y otra vez grande.
La mujer de mi padre, al oírme, almuerza y sus ojos mortales descienden suavemente por mis brazos.

jueves, 12 de abril de 2007

"CORRESPONDENCIAS" BAUDELAIRE


IV- CORRESPONDENCIAS
La creación es un templo donde vivos pilares
hacen brotar a veces vagas voces oscuras;
por allí pasa el hombre a través de espesuras
de símbolos que observan con ojos familiares.

Como ecos prolongados que a lo lejos se ahogan
en una tenebrosa y profunda unidad,
inmensa cual la noche y cual la claridad,
perfumes y colores y sonidos dialogan.

Laten frescas fragancias como carnes de infantes,
verdes como praderas, dulces como el oboe,
y hay otras corrompidas, gloriosas y triunfantes,

de expansión infinita sus olores henchidos,
como el almizcle, el ámbar, el incienso, el aloe,
que los éxtasis cantan del alma y los sentidos.

Charles Baudelaire

(1821-1867)Poeta y crítico francés. Nació en París el 9 de abril de 1821, hijo de Joseph-François Baudelaire y Caroline Archenbaut-Dufaÿs. Un hombre que vivió y murió en constante conflicto con el mundo exterior. Ha sido siempre considerado como "el poeta satánico". Vividor y perverso, sensible y genial, místico de las sensaciones y del placer del mal. A los seis años de edad pierde a su padre y su madre contrae segundas nupcias, esto tuvo una influencia definitiva en Baudelaire y en todo su trabajo que es reflejo de una vida llena de desdichas y apasionadas situaciones, abatido por el rechazo de las editoriales por temor a ser perseguidas por inmoralidad, y la actitud de su familia al imponerle un tutor judicial al verlo vivir en concubinato con Jeanne Duval, una actriz mulata, crean en el un resentimiento expresado en sus poemas. Más tarde seria considerado como el padre de la poesía moderna. Padeció durante toda su infancia la obsesión de su padrastro por imponerle una férrea disciplina que nunca fue capaz de seguir. Cuando era adolescente, fue enviado por sus padres a las Indias occidentales (el Caribe), en un viaje que pretendía hacerle abandonar su vocación de escritor y alejarle de compañías que ellos juzgaban poco convenientes: pero el viaje no obtuvo los resultados esperados y, a su vuelta a Paris, en 1842, siendo ya mayor de edad, tomó posesión de su herencia y rompió las relaciones con su familia. Escribió sus primeros poemas a la vuelta de su viaje del Caribe aunque en un principio se dedicó sobre todo a la critica artística; Fruto de esto fue la publicación de algunos de sus ensayos, llenos de sensibilidad y de penetración, bajo el titulo de Salones En el Salón de 1846 exaltaba al pintor Delacroix, entonces aún muy discutido, e interesado por la música, fue el primer francés que valoró a Wagner. El poeta contrae sífilis, enfermedad que le acompañaría por el resto de su vida, los primeros síntomas y la incomprensión de su madre, le llevan el 30 de junio de 1845 a un intento de suicidio. A partir de 1864 y hasta 1866, Baudelaire vivió en Bélgica. En 1867, aquejado de parálisis, regresó a París, donde tras una larga agonía murió el 31 de agosto. Considerado hoy como uno de los mayores poetas de la literatura francesa, Baudelaire escribió algunos de los poemas más bellos e incisivos de la literatura francesa. Su originalidad, que causaba tanto asombro como malestar, le hace merecedor de un lugar al margen de las escuelas literarias dominantes en su época.

RIMBAUD


“Niño aún, ciertos cielos afinaron mi óptica...” Así comienza el Vidente una de sus Iluminaciones. El ligero espesor de una mirada lo pone en camino.

“La inflexión eterna de los momentos y el infinito de las matemáticas me impulsan por este mundo...”.Poeta de la inmensidad, leer a Rimbaud es expandir el cuerpo. Su escala es sideral. Adjetivando magnitudes grandiosas, desafía la mirada y la arroja al vértigo.

“Conocido bastante. Los altos de la vida. ¡Oh rumores y visiones!. Partida hacia el afecto y el ruido nuevos”. El Vidente anuncia y sostiene su poesía en la proximidad de lo desconocido. Esta inminencia dota al ser de una tensión abierta: la metafísica en su máxima lucidez.

Como testigo de una época convulsionada, descree de la ilusión democrática que deja intacto el paisaje de los márgenes: “Reclutas voluntarios, tendremos una filosofía feroz; ignorantes en cuanto a ciencia, molidos por lo confortable, y que revienten los demás...”. “Estos millones de gentes que no sienten la necesidad de conocerse...” . Su ironía derriba ciudades: “Soy un efímero y no demasiado descontento ciudadano de una metrópoli que se cree moderna porque todo gusto conocido ha sido eludido en el mobiliario y el exterior de las casas, al igual que en la planificación de la ciudad”.

“Tendiendo cuerdas de campanario a campanario” el poeta eleva su canto desenfrenado y baila. Invoca la pasión y su videncia: “ La música sabia, falta a nuestro deseo”.

Rimbaud nos trae la guerra “ de derecho o de fuerza, de lógica imprevista”. La guerra del Instante, la libre simultaneidad de un tiempo vertical (Bachelard) se alza contra la palabra encadenada. Hace herida. Cae como el hacha sobre un mar de hielo (Kafka) y arranca a golpes el nuevo sonido.

“Tuve que viajar, dispersar los sortilegios acumulados en mi cerebro”. Amante de los intersticios, descubre una suerte de epifanía: “La verdadera vida está ausente”. La felicidad nos aleja de la tormenta de los dioses. “ La felicidad era mi fatalidad, mi remordimiento, mi gusano: mi vida sería siempre demasiado inmensa para ser consagrada a la fuerza y a la belleza” . “¡La felicidad! Su diente, dulce para la muerte...”



¿Es la poesía un balbuceo, denuncia una especie insuficiente? . Tal vez esta videncia sea la clave de su silencio: “Espero a Dios con glotonería. Soy de una raza inferior desde toda la eternidad”. “Comprendo, y no sabiendo expresarme sin palabras paganas, quisiera enmudecer”.

Liliana Piñeiro.

domingo, 8 de abril de 2007

UN CUENTO MALDITO


Néstor Perlongher - Evita vive





1.

Conocí a Evita en un hotel del bajo, ¡hace ya tantos años! Yo vivía,
bueno, vivía, estaba con un marinero negro que me había levantado
yirando por el puerto. Esa noche, recuerdo, era verano, febrero quizás,
hacía mucho calor. Yo trabajaba en un bar nocturno, atendiendo la caja
hasta las tres de la mañana. Pero esa noche justo me peleé, con la Lelé,
ay la Lelé, una marica envidiosa que me quería sacar todos los tipos.
Estábamos agarrándonos de las mechas detrás del mostrador y justo
apareció el patrón: "Tres días de suspensión, por bochinchera". Qué me
importaba, rapidito me volví para la pieza, abro... y me la encuentro a
ella, con el negro. Claro, en el primer momento me indigné, además ya
venía engranada de pelearme con la otra y casi me le tiro encima sin
mirarla siquiera, pero el negro –dulcísimo– me dirigió una mirada toda
sensual y me dijo algo así como: "Veníte que para vos también alcanza".
Bueno, en realidad, no mentía, con el negro era yo la que abandonaba por
cansancio, pero en el primer momento, qué sé yo, los celos, el hogar, la
cosa que le dije: "Bueno, está bien, pero ésta ¿quién es?". El negro se
mordió un labio porque vio que yo había entrado en la sofocación, y a
mí, en esa época, cuando me venía una rabieta era terrible –ahora no
tanto, estoy, no sé, más armoniosa–. Pero en ese tiempo era lo que podía
decirse una marica mala, de temer. Ella me contestó, mirándome a los
ojos (hasta ese momento tenía la cabeza metida entre las piernas del
morocho y, claro, estaba en la penumbra, muy bien no la había visto):
"¿Cómo? ¿No me conocés? Soy Evita". "¿Evita?"–dije, yo no lo podía
creer– . "¿Evita, vos?" –y le prendí la lámpara en la cara. Y era ella
nomás, inconfundible con esa piel brillosa, brillosa, y las manchitas
del cáncer por abajo, que –la verdad– no le quedaban nada mal. Yo me
quedé como muda, pero claro, no era cosa de aparecer como una bruta que
se desconcierta ante cualquier visita inesperada. "Evita, querida" –ay,
pensaba yo–"¿no querés un poco de cointreau?" (porque yo sabía que a
ella le encantaban las bebidas finas). "No te molestes, querida, ahora
tenemos otras cosas que hacer, ¿no te parece?" "Ay, pero esperá", le
dije yo, "contáme de dónde se conocen, por lo menos". "De hace mucho,
preciosa, de hace mucho, casi como del África" (después Jimmy me contó
que se habían conocido hacía una hora, pero son matices que no hacen a
la personalidad de ella. ¡Era tan hermosa!) "¿Querés que te cuente cómo
fue?" Yo ansiosa, total igual tenía el encame asegurado: "Sí, sí, ay
Evita, ¿no querés un cigarrillo?", pero me quedé con las ganas para
siempre de enterarme de esa mentira (o me habrá mentido el negro, nunca
lo supe) porque Jimmy se pudrió de tanta charla y dijo: "Bueno, basta",
le agarró la cabeza –ese rodete todo deshecho que tenía– y se la puso
entre las piernas. La verdad es que no sé si me acuerdo más de ella o de
él, bueno, yo soy tan puta, pero de él no voy a hablar hoy, lo único que
el negro ese día estaba tan gozoso que me hizo gritar como una puerca,
me llenó de chupones, en fin. Después al otro día ella se quedó a
desayunar y mientras Jimmy salió a comprar facturas, ella me dijo que
era muy feliz, y si no quería acompañarla al Cielo, que estaba lleno de
negros y rubios y muchachos así. Yo mucho no se lo creí, porque si fuera
cierto, para qué iba a venir a buscarlos nada menos que a la calle
Reconquista, no les parece... pero no le dije nada, para qué; le dije
que no, que por el momento estaba bien, así, con Jimmy (hoy hubiera
dicho "agotar la experiencia", pero en esa época no se usaba), y que,
cualquier cosa, me llamara por teléfono, porque con los marineros,
viste, nunca se sabe. Con los generales tampoco, me acuerdo que dijo
ella, y estaba un poco triste. Después tomamos la leche y se fue. De
recuerdo me dejó un pañuelito, que guardé algunos años: estaba bordado
en hilo de oro, pero después alguien, no supe nunca quién, se lo llevó
(han pasado tantos, tantos). El pañuelito decía Evita y tenía dibujado
un barco. ¿El recuerdo más vivo? Bueno, ella, tenía las uñas largas muy
pintadas de verde –que en ese tiempo era un color muy raro para uñas– y
se las cortó, se las cortó para que el pedazo inmenso que tenía el
marinero me entrara más y más, y ella entretanto le mordía las tetillas
y gozaba, así de esa manera era como más gozaba.

2.

Estábamos en la casa donde nos juntábamos para quemar, y el tipo
que traía la droga ese día se apareció con una mujer de unos 38 años,
rubia, un poco con aires de estar muy reventada, recargada de
maquillaje, con rodete... Yo le veía cara conocida y supongo que los
otros también, pero era un poco bobo, andaba con Jaime que se estaba
picando con Instilasa y yo le tenía la goma, se lo comenté en voz baja y
él me dijo algo así como: "cortála loco sabés que sí". Con los ojos en
blanco, parecía hacerlo de modo impersonal. Nos sentamos todos en el
piso y ella empezó a sacar joints y joints, el flaco de la droga le
metía la mano por las tetas y ella se retorcía como una víbora. Después
quiso que la picaran en el cuello, los dos se revolcaban por el piso y
los demás mirábamos. Jaime apenas me daba un beso largo, muy suave, para
eso sí que era genial, porque dos pendejos repálidos se rayaron
totalmente entre lo gay y la vieja y se fueron. Pero estaban los blues
en la puerta y a los cinco minutos se aparecieron todos con el
subcomisario inclusive, chau loco, acá perdimos, menos mal que no había
ningún menor porque Jaime había cumplido los 18 la semana pasada, pero
igual loco, le habíamos pedido el rouge a Evita y estábamos casi todos
pintados como puertas tipo Alice Cooper. Los azules entraron muy
decididos, el comi adelante y los agentes atrás, el flaco que andaba con
un bolsón lleno de pot le dijo: "Un momento, sargento" pero el cana le
dio un empujón brutal, entonces ella, que era la única mujer, se acomodó
el bretel de la solera y se alzó: "Pero pedazo de animal, ¿cómo vas a
llevar presa a Evita?" El ofiche pálido, los dos agentes sacaron las
pistolas, pero el comi les hizo un gesto que se volvieran a la puerta y
se quedaran en el molde. "No, que oigan, que oigan todos –dijo la yegua–
, ahora me querés meter en cana cuando hace 22 años, sí, o 23, yo misma
te llevé la bicicleta a tu casa para el pibe, y vos eras un pobre
conscripto de la cana, pelotudo, y si no me querés creer, si te querés
hacer el que no te acordás, yo sé lo que son las pruebas". (Chau, fue un
delirio increíble, le rasgó la camisa al cana a la altura del hombro y
le descubrió una verruga roja gorda como una frutilla y se la empezó a
chupar, el taquero se revolvía como una puta, y los otros dos que
estaban en la puerta fichando primero se cagaban de risa, pero después
se empezaron a llenar de pavor porque se dieron cuenta de que sí, que la
mina era Evita). Yo aproveché para chuparle la pija a Jaime delante de
los canas que no sabían qué hacer, ni dónde meterse: de pronto el flaco
del trafic entró en el circo y se puso a gritar: "Compañeros,
compañeros, quieren llevar presa a Evita" por el pasillo. La gente de
las otras piezas empezó a asomarse para verla, y una vieja salió
gritando: "Evita, Evita vino desde el cielo". La cosa es que los canas
se las tomaron, largaron a los dos pendejos que encima se hacían muy los
chetos, y ella se fue caminando muy tranquila con el flaco, diciéndole a
la gente que estaba en el patio primero y después en la puerta:
"Grasitas, grasitas míos, Evita lo vigila todo, Evita va a volver por
este barrio y por todos los barrios para que no les hagan nada a sus
descamisados". Chau loco, hasta los viejos lloraban, algunos se le
querían acercar, pero ella les decía: "Ahora debo irme, debo volver al
cielo" decía Evita. Nosotros nos quedamos quemando un poco más y ya nos
íbamos, entonces algunas tipas nos hicieron pasar a las habitaciones
para que les contáramos –las mismas que hasta hacía una hora nos habían
hecho una guerra que no podía ser–. Jaime y yo les hicimos toda una
historieta: ella decía que había que drogarse porque se era muy infeliz,
y chau, loco, si te quedabas down era imbancable. Claro, la gente no nos
entendía, pero como no estábamos haciendo laburo de base sino sólo
public relations para tener un lugar no pálido donde tripear, no nos
importaba. Estábamos relocos y las viejas déle coparse con el llanto,
nosotros les pedimos que ese bajón de anfeta lo cortaran, sí, total,
Evita iba a volver: había ido a hacer un rescate y ya venía, ella quería
repartirle un lote de marihuana a cada pobre para que todos los humildes
andaran superbien, y nadie se comiera una pálida más, loco, ni un bife.

3.

Si te digo dónde la vi la primera vez, te mentiría. No me debe
haber causado ninguna impresión especial, la flaca era una flaca entre
las tantas que iban al depto de Viamonte, todas amigas de un marica
joven que las tenía ahí, medio en bolas, para que a los guachos se nos
parara pronto. La cosa es que todos –y todas– sabían dónde podían
encontrarnos, en el snack de Independencia y Entre Ríos. Allí el putito
Alex nos mandaba, cada vez que podía, viejos y viejas, que nos adornaban
con un par de palos, así después a él le hacíamos gratis el favor y no
le andábamos afanando el grabador o las pilchas. De ésa me acuerdo por
cómo se acercó, en un Carabela negro manejado por un mariconcito rubio,
que yo ya me lo había garchado una vez en el Rosemarie. Con las pibas
estábamos haciendo pinta junto al puesto de flores, así que me llamó
aparte y me dijo: "Tengo una mina para vos, está en el coche." La cosa
era conmigo, nomás. Subí.

"Me llamo Evita, ¿y vos?" "Chiche", le contesté. "Seguro que no sos
un travesti, preciosura. A ver, ¿Evita qué?". "Eva Duarte", me dijo "y
por favor, no seas insolente o te bajás". "¿Bajarme?, ¿bajárseme a mí?",
le susurré en la oreja mientras me acariciaba el bulto. "Dejáme tocarte
la conchita, a ver si es cierto". ¡Hubieras visto cómo se excitaba
cuando le metí el dedo bajo la trusa!

Así que fuimos al hotel de ella; el putito quiso ver mientras me
duchaba y ella se tiraba en la cama. También, con el pedazo que tengo,
hacen cola para mirarlo nomás. Ella era una puta ladina, la chupaba como
los dioses. Con tres polvachos la dejé hecha y guardé el cuarto para el
marica, que, la verdad, se lo merecía. La mina era una mujer, mujer.
Tenía una voz cascada, sensual, como de locutora. Me pidió que volviera,
si precisaba algo. Le contesté no, gracias. En la pieza había como un
olor a muerta que no me gustó nada. Cuando se descuidó abrí un estuche y
le afané un collar. Para mí que el puto Francis se dio cuenta, pero no
dijo nada. Cuando me lo terminé de garchar me dijo, con la boca
chorreando leche: "Todos los machos del país te envidiarían, chiquito;
te acabás de coger a Eva". Ni dos días habían pasado cuando llego a casa
y me encuentro a la vieja llorando en la cocina, rodeada por dos canas
de civil. "Desgraciado –me gritó–. ¿Cómo pudiste robar el collar de
Evita?"

La joya estaba sobre la mesa. No la había podido reducir porque,
según el Sosa, era demasiado valiosa para comprarla él y no me quería
estafar. Los de Coordina no me preguntaron nada: me dieron una paliza
brutal y me advirtieron que si contaba algo de lo del collar me
reventaban. De esa esquina y del depto de los trolos los vagos nos
borramos. Por eso los nombres que doy acá son todos falsos.

Néstor Perlongher











CUERPO SIN SOSIEGO


No puedo acercarme por detrás. Siento los ojos en la nuca. El rodete tan liso
un artefacto espía.
Mejor tomarla por el brazo, empujándola un poco, apenas.
Que voltee y me asesine con la mirada de “cervatillo pringoso”.
Tengo sueños de Castillos y lunas de otros milenios. El paso lento tan cerca
del precipicio. Una yugular como ésta es un cielo de secretos. Tiemblo al
pensar en su raconto de voces, en las muecas de sus segundos, en la
vorágine de sus minutos. Le huelo la sangre que se escapa por el pequeño
dique sin prisa, sin pausa. Está pálida y altiva, se descose los puños apretados
la frente ancha que anticipa un descanso en niebla.
Sus labios son una línea que todavía separa esta noche de la otra noche.
Ella sabe que es la hora y ahora duda, un pequeño tremolar en las comisuras.
Yo soy corriente y anodina, nada tengo de su belleza ni de su carne anidada
por la araña. Puedo sentir los huevos bullientes en los intersticios de sus músculos.
Ha perdido la partida, ya no hay tiempo, la voz se ha deslizado por el balcón
como un manto de ardilla a los inicios de un bosque. Tengo una oferta.
La besaré hasta ahogarla, sabrá de mi todos los reinos en un solo reino, sabrá
como es acurrucarse en las madrugadas, bajo el imperio de una misma y eterna noche.
Paseará sus vestidos de princesa por el mundo, elegirá a su ninfa amante,
a su cuervo amante.
Se reirá un poco hojeando revistas, viendo su imagen repetida una y otra vez en
televisores. Ella me dará su corazón esponjoso, a cambio derrotaré a la araña,
secaré sus huevos. No necesito de palabras, la conozco, puede ser la arpía hambrienta
y también la triste mujer que expulsa hora a hora su útero en pequeños trozos para
sus “grasitas”. ¿La querían eterna?
Cuando me prenda a su cuello, seremos dos damas descendiendo la escalera de agua,

senos contra senos. Pasarán en un instante sus pobrezas, sus odios y su instinto de perra
callejera cobijando cachorros famélicos en el duro invierno. Pasarán sus gemidos de gata
en siestas anónimas. Luego ella se prenderá a mis muñecas con una ansia perpleja y nueva.
Se beberá mis siglos y mis astucias y mi soledad de loba perdida del rebaño.
Yo sé que luego de echar de sí el último resto de humanidad, será la más grandiosa
Reina de los Condenados. Será la Reina Oscura, nuestra Señora de la Devota Sangre.
La Vampiro astuta que nos sacudirá la tierra de los vestidos y las hojas secas del jardín
para llevarnos sin riesgo a la inquietante luz de sus pupilas.

Lilián Cámera

EL RIESGO DE LA PROFECÍA




“...Visto lo suficiente. Hallada la visión en todo el espacio.
Tenido lo suficiente. Rumores de ciudades, al anochecer y al sol y siempre.
Conocido lo suficiente. Los decretos de la vida. ¡Oh rumores y Visiones!
¡Partida hacia la afección y el sonido nuevos!...”
Partida - Arthur Rimbaud

Decimos que Muad'dib se fue a un viaje a aquel país en donde andamos
Sin dejar huellas de nuestros pasos.
-Preámbulo del Credo Qizarate - El Mesías de Dune - Frank Herbert



¿Porqué dejó de escribir Arthur Rimbaud después de habernos obsequiado con las páginas de la belleza más cruel y convulsiva? ¿Porqué lo dejó todo y desapareció en un olvido de tierras exóticas y labores de mercader?
¿Qué de sus visiones lo atormentó en tal modo que prefirió el exilio de la palabra y el resguardo de una corta vida de aventuras?
En la obra monumental " Dune", de Frank Herbert, un personaje tiene ribetes
Rimbaudianos que nos hacen pensar en la carga que despliega el oráculo para
el vidente. Paul Muad'dib, el Mesías de Dune, arrasado por sus visiones de una Jihad imparable, se interna ciego en el desierto, cual es la costumbre de la tribu y ¿perece? ...por lo menos comienza una leyenda que lo llevaría mucho mas allá de lo determinado por su presciencia.

"...estaba ciego... realmente ciego- había dicho Tandis- como si esto lo explicara todo. Antes de aquello tenía la visión, tal como nos había dicho... pero...
Me dijo que el futuro ya no necesitaba de su presencia física- cuando lo dejé se volvió hacia mí y me gritó algo: "Ahora soy libre" fueron sus palabras."


La libertad que buscó Rimbaud cuando luego de publicar "Una temporada en el Infierno”, viajar por Europa, robar y dormir en cárceles de distintos países, resuelve no escribir más y buscar fortuna en Africa. Son los años perdidos del padre espiritual de todas las rebeliones artísticas del siglo XX, del surrealismo al punk, de Neruda a Jim Morrison.

La conversión que ejercita Paul Atreides cuando comprende la magnitud de la ola que ha desencadenado en ese Universo con su Imperio.

"Se convirtió en uno con el Desierto, pensó Idaho. El desierto será su realización final...."


"Se preguntó si se habría obligado a sí mismo a introducirse por un camino en el que su visión no podía alcanzarle..."


El enigma arranca cuando Rimbaud se traslada desde Chipre, donde trabajó
en la construcción de un palacio, a Adén, actual capital de Yemen. Es agosto de 1880 y desde allí transitará hacia ciudades africanas durante una década.
"Aquí estoy en una oficina de café", escribe a poco de llegar. "Hacemos
negocios medianamente bien y vamos a hacer muchos más"
, agrega.
El poeta se hace cargo luego de la sucursal en Harar (Etiopía) y
diversificará sus actividades: venta de sal, pieles, armas y tráfico de
marfil.
Aunque carga con una leyenda negra, uno podría preguntarse si lo que lo que Rimbaud persigue es ser perdonado por su madre.

"Hay algunas cosas que uno no puede soportar. He vagado por todos los posibles futuros que he podido crear hasta que finalmente, han sido ellos quienes me han creado a mí..." (Dune)



Luego de provocar un Big-Ban en la poesía, Rimbaud parte hacia un destino de comerciante solitario, ajeno a todas las fechorías del pasado.
Paul Muad'ib también toma su decisión de peso, cuando deja el Trono de Emperador y se interna ciego en el desierto. Su visión le había advertido de la trampa por la cual pierde los ojos, pero cumple inexorablemente con su destino al internarse en uno de los caminos que le propone su profecía. Toca el costado más supersticioso de los Fremen, la tribu que lo entroniza como Mesías, al perder su vista, sabe que será abandonado a la fuerza del Desierto.
Es notable que en otro de los Capítulos de la Saga, Paul también será acompañado por otro adolescente, su guía, como el propio Arthur se hace acompañar por Djami, un adolescente abisinio, con el que mantiene una franca amistad, sin sexo, muy diferente a la que tuvo con su amante Verlaine, quien acabó en la cárcel tras dispararle en una mano. Es más: educa a una chica de Kenya, con la que pretende pasar el resto de sus días, pero ella se niega a casarse.
Paul emprende su camino, luego de la muerte de su amada Chani, muerte convertida en sacrificio de sus visiones, al no poder afrontar el camino que luego tomará su hijo Leto, un destino de un horror mayor que ser devuelto al desierto y sus tormentas de coriolis.

"Hay problemas en este universo para los cuales no hay respuestas. Nada. No puede hacerse nada. Mientras hablaba, Paul sintió disolverse los lazos que lo unían a su visión. Su mente se encogió, abrumada por infinitas posibilidades. Su última visión se perdió como el viento, que sopla hacia donde quiere..."


No hay constancias en todos esos años, de que Rimbaud haya escrito un solo poema. Sí facturas, papeles de negocios y las cartas a su madre y hermana que detallan su "buen comportamiento"
La transformación, al parecer, ha sido total. "Nadie en Adén puede decir algo malo de mí. Al contrario. Yo soy conocido como el benefactor de todos en este país hace diez años", relatará por carta a su madre en 1890.
Acaso como Muad'dib, ante su última visión su mente se encoge y entonces se aparta... ¿hacia donde?



"Nunca he deseado ser un Dios. Solo deseaba desaparecer como desaparece una gota de rocío en la mañana. Deseaba escapar tanto de los ángeles como de los condenados... solo... como un pensamiento olvidado..."

Olvidado, así parece también querer terminar sus días Rimbaud, ya no ángel, ya no demonio, deslucido, lavado como en esas pocas fotos que lo muestran irreconocible en su belleza de antaño y con miedo, cuando la enfermedad asoma.
El 23 de agosto de 1887, Jean Arthur Rimbaud, el poeta maldito, icono de la rebelión artística, le escribe a su madre y a su hermana desde El Cairo: "No tengo empleo actualmente. Tengo miedo de perder lo poco que tengo. Imagínense que llevo permanentemente en mi faja dieciséis mil y algunos cientos de francos de oro; esto pesa unos ocho kilos y me acompaña, además, la difteria".

En tanto dice Muad’dib:
"Voy a ceder pensó. Huiré mientras tenga fuerzas, cruzaré el espacio hasta tan lejos que ni siquiera un pájaro podrá hallarme..."

Huye Rimbaud hacia una "prosperidad" que finalmente no es tal. Huye para no ser encontrado nunca más por sus visiones, ¿qué fue lo que vieron sus ojos celestes que no pudo resistir y sucumbió, al solitario periplo de otro "desierto", el desierto puro silencio de palabras?

"He sucumbido al espejismo del oráculo. En aquel momento toda su vida era una rama vibrando tras la partida de un pájaro... Y aquel pájaro era la "oportunidad", el libre albedrío.

A esa fecha, Rimbaud está gravemente enfermo.
"Un año aquí vale por cinco entre ustedes. Se envejece muy rápido", dice. Un tumor se ha instalado en su pierna derecha y se agudiza con los rastros de una vieja sífilis. Debe abandonar los negocios. "Me he transformado en un esqueleto. Produzco miedo", escribe en abril de 1891, poco antes de salir hacia Marsella, donde muere siete meses después, a los 37 años, bajo los cuidados de su hermana Isabel.

“...He sucumbido al espejismo del oráculo... "

¿Sucumbió Arthur Rimbaud, el poeta maldito, el enfant terrible al espejismo de sus profecías? ¿Buscaba en Africa esa porción inmaculada sin escritura posible que lo alejara del apocalipsis de sus visiones? ¿Quiso ser finalmente un niño bueno para sus mujeres amadas?
En la trampa de lo predictivo, dejaba algo más que la ferocidad de su visión
desatada en cuatro años que le significaron a la poesía su "jihad" más absoluto?
Paul se interna y desaparece, pero se entroniza en una especie de Hombre Santo, solo la magnitud del sacrificio que realiza a posteriori su hijo y él mismo, lo salva del mesianismo.
Arthur Rimbaud se interna en otro vértigo, fija otra ola al marchar hacia Africa, la dote de sus palabras ya lo configurarán para siempre como Profeta de un universo de belleza convulsiva. Poco importa el silencio posterior. Cuatro años de la crueldad y la revulsión de sus versos han sido suficientes para descalabrar la poesía.
Rimbaud también realiza su sacrificio, solo él en su dimensión solitaria existencial habrá sabido porqué este camino elegido y no otro. Su pierna destrozada son las cuencas vacías de Muad'dib, ha sumergido muy hondo la cabeza en la arena y ya no es hombre, es un mito.


Erase un hombre tan sabio
que metió la cabeza
en un lugar lleno de arena
y se quemó ambos ojos!
Y cuando supo que sus ojos estaban ciegos,
No se compadeció por ello
Apeló a su otra visión
E hizo de sí mismo un santo.

(Poema de niños de la Historia de Muadib)


Rimbaud al huir fija un mundo y un cuerpo de eterno adolescente venerado.
No se compadeció de ello. Aunque el precio a pagar fuera altísimo.
Arthur Rimbaud ES la Tormenta de Coriolis que en el Desierto despelleja hasta los huesos.
Es el Mesías del Tiempo de los Asesinos. Es nada más y nada menos que "El inesperado"
De allí nuestra subyugación y nuestra reverencia.

Lilián Cámera

Sobre Textos de Dune de Frank Herbert y la Biografía El Inesperado de Lafourcade

sábado, 7 de abril de 2007

Palabras como armas de mente

Cuando estudiaba teatro decían que debía llevar la acción hasta las ultimas consecuencias, exagerarla al punto tal de descubrir un mundo, observando cada reacción causada por el límite mas agudo del acto; solo de esta manera hallaría el punto justo entre la exageración y lo real; allí radicaba el secreto de las acciones en cuanto se tratase de personas como yo. –“Lo que para otros es exagerado para vos es la medida justa”- Agradezco infinitamente ese consejo.

Hoy pensando en la palabra me pregunto ¿Cómo se lleva la palabra hasta las últimas consecuencias sin caer en el típico desarme del vocablo, desmembrándolo de forma tal que carezca de sentido?

¿Puede darse a través de una idea o se puede simplemente optar por una palabra al azar y llevarla hasta su punto crítico?
De ser así estaría accionando de una manera inmóvil sin dejar de ser inquietante.
Digo: desde su inmovilidad en una hoja de papel producir modificaciones profundas en el lector. Podría darle movimiento a través de un trazo donde la hiciera enérgica o dibujarla con profunda sutileza y desde allí cambiar el sentido de profundidad.

Accionaría de esta forma con la recepción del lector, que la incorporaría a su caja de resonancia interna y quedaría dando vueltas como un eco confundido que se arroja a un abismo.
Podría leerla en voz alta, darle una entonación o una acentuación rígida involuntaria regida por su estado anímico.
Esto me llena de dudas.
¿Podría alguien comprender mi escritura en forma profunda si en realidad desde el momento en que entra por los ojos, penetra y pasa a formar parte de sí pasándolo por un tamiz propio que desdibuja el sentido puro que tuvo al ser escrita?
¿No estaría yo escribiendo para que me roben, las entrelacen y se las apropien?

Entonces las palabras son armas de mente

¿Que seria entonces el poeta?
¿Un fabricante de armas de la emoción o el enviado que distribuye pensamientos para ayudar a la raza a comprenderse en un marco inexplicable pero por lo menos apalabrado?
¿Enviados de Dios y el Diablo o constructores del exterminio?


Vanesa Aldunate