miércoles, 9 de enero de 2008

HERMANAS DE LA FURIA


Ah, Dionisios! Has abierto en mi pecho un espacio, y soplan vientos divinos...!

Bendíceme. Dame carne rosada para mi paladar, anuda tu cabello al cuello de mis hijos.
En la noche crece la luna y mi cuerpo es la única guía. Echo espuma por la boca mientras expulso mi corazón.

Empújame. No dejes mi pie sin el arco de tu salto. El cielo ha cambiado de lugar y es irresistible este abismo vertiginoso.

Canto y bailo la danza de Sémele. Atrás ha quedado la inocencia virginal, la serena mirada de madre. Mi desnudez es sinuosa como una serpiente y mi cría es de lobo: a dentelladas ocupará su lugar en el mundo.

De la tierra brotada, la vid y sus racimos son ofrenda. La sed urgente embriaga del vino primero.

Hermoso dios: dame tu máscara y tu cuchillo, la matanza será sagrada. Tendrás mi sangre en tu copa, mi fruto en tu bandeja.

Dones de tu cortejo: jubilosa, yo soy una, y soy todas.




A la mañana siguiente


La fresca brisa me despierta mientras la luz va dibujando lentamente formas y colores en el velo oscuro de la noche. Mis hermanas duermen y el monte está silencioso. Es la hora de la quietud, como si algo hubiese sucedido.

Aún paladeo el sabor del vino en mi lengua. Con los ojos entrecerrados busco la cabeza de mi hijo, tendido a mi costado. Pero algo empapa mis dedos, que no avanzan más allá del cuello...

Estremecida, cubro mi boca con el silencio del espanto...¡Sácame, Dionisios, de esta pesadilla...!
Mi niño, mi tierno amor, el tajo ha sido certero. ¿Pero quién...?
Obsceno, el cuchillo asesino ha quedado a su lado, como si de un guardián se tratase. ¡No juegues, Hades, con mi corazón...devuélvemelo! No arranques mis brazos (ya no abrazaré...), mis piernas (no caminaré...). Sólo tengo mis ojos, faros inútiles en tu tiniebla.

Desde el fondo de mi memoria avanza una mano. ¿La mía...? Brilla sudorosa, mientras mi cuerpo se contornea al son de una música desconocida. La pelea es inminente. El león, pronto a atacar, dibuja su zarpazo en el aire.
Alguien arroja el puñal y mi mano lo toma por el mango. El peligro apura la destreza y acierto al cuello. El rugido es final y la bestia cae a mi lado. Salvada, me arrodillo ante ti, mi dios, y bebo la sangre del sacrificio...
La escena se desvanece en ese punto, como si fuera suficiente tanto recuerdo para mi tragedia.


Vano es mi llanto, vano el cubrir de besos el rostro tan amado. El sol duele en el cielo: alumbrar el horror es una misión cruel.
Mis hermanas han huido despavoridas y hemos quedado solos.

Hijo de ojos vacíos: perdóname.

Y tú, mi dios, que te agitas en mi interior con el viento de la locura, derrama tu piedad sobre mi cabeza, bendíceme con tu rayo, disuélveme en la eternidad.


Liliana Piñeiro