jueves, 17 de abril de 2008

Bafici: La orilla que se abisma


Gracia secreta

Frente a la propuesta estética de películas como “La orilla que se abisma” (Gustavo Fontán- 2008) cabría preguntarse nuevamente qué es el arte. Cuál sería la diferencia, por ejemplo, entre ver un campo de girasoles y contemplarlos en un cuadro de Van Gogh. Evidentemente, algo se agrega: la pulsión de la pincelada, un amarillo fogoso, una vida que se duplica diferente, una manera de mirarla. Un plus que nos emociona porque precisamente es eso: un afecto que arrasa la mirada y la cualifica. Los girasoles desbordan, entonces.
Algo de eso sucede con esta película: nos deja a la orilla de la naturaleza. Y tan pequeños frente al abismo. Fecundo momento en el que todo se aquieta: los enigmas siempre nos detienen.

Gracia secreta de
esta mañana.
El cielo es un vapor
dulce.
Los árboles, la brisa, los pájaros,
sienten esta delicia suspendida.
Se sienten ellos dentro de esta sensitiva
dicha íntima y fresca.
Y apenas si se mueven, tiemblan, cantan,
como guardando el sueño perlado de la luz.*

Y entonces, el cine apela a sus recursos: los sonidos que se ensamblan, cierto montaje, el tiempo de una toma. La cámara es una hendija que nos invita a mirar, a escuchar. En un efecto multiplicador, todo canta y los sentidos se afinan. Texturas: de lo sólido a lo evanescente. Del tronco rugoso de un árbol a la niebla que lo esfuma. Del sonido del río a una pequeña variación de color en el cielo. Del temblor de los árboles frente a la tormenta al fugaz encuentro entre una gota de lluvia y su hoja. Una bruma envuelve al hombre y su barca, y lo deja expuesto definitivamente al paisaje...Maravillas de un guión antiguo, que debemos descubrir cada vez.
De la poesía al cine, lo inefable sigue su curso, resistente a toda traducción. Y en eso consiste la felicidad de los bordes: entrever apenas un misterio que nos excede.


Liliana Piñeiro.


* Juan L. Ortiz: "En el aura del sauce".